Segunda y última semana en Almanjáyar. Nuestro viaje ha sido corto, pero intenso; esto es algo que ya sabíamos, por lo que tras la primera semana de adaptación, esta semana ha supuesto una cuenta atrás constante en la que cada minuto que pasaba lo único que nos preocupaba era disfrutar.
Disfrutar de esa acogida que sentimos, de ser unos vecinos y unas vecinas más en el barrio, de poder pasar horas y horas compartiendo tiempo, de haber dejado el miedo y los prejuicios a un lado y exprimir ese mundo maravilloso que hemos conocido en ALFA.
Hemos aprendido. Hemos aprendido mucho. Cada minuto que ha pasado la admiración que hemos sentido por los educadores, animadores, trabajadores, usuarios del centro, de Juan Carlos… no ha dejado de crecer. Alfa nos ha enseñado el valor de vivir “en familia”. Hemos aprendido que entrar allí era convertirse en parte de una familia, y que toda la atención que hemos dedicado a las personas que la forman se ha convertido en una experiencia llena de felicidad a cambio.
Quien sabe de lo que hablamos debería sentirse orgulloso y orgullosa de la labor y la red de trabajo y cooperación que se ha logrado, no hay nada más bonito que compartir la luz que cada uno lleva dentro, y dar lo mejor de sí mismo.
Gracias. Gracias por dejarnos ser y estar. Gracias por hacernos parte del proyecto durante dos semanas, por permitirnos ver todo el amor que tenéis y que con él se puede mirar más allá, y gracias por darnos la oportunidad de dejar una huella en Granada, y que Granada dejase una huella tan bonita en nosotros.
Alejandro Dumas decía que empezaba a pensar que había un placer todavía mayor que el ver Granada, y que ese era el de volver a verla. A nosotros nos ha pasado lo mismo desde el momento en que vimos Almanjáyar, y todo lo bueno que habita en él.
Es un lugar que os recomendamos conocer más allá de lo superficial, un lugar que ocupa un trozo de nuestro corazón.